per BERNABÉ BEN H'AROPSAID

1.Vivir religiosamente.

Zubiri nos presenta la religación como una estructura fundamental del ser humano (SH), consistente no sólo en el estar, sino en que este estar es un estar haciéndose: “OB.LIGÁNDOSE” por ella, en ella y hacia ella. Y, a través de este haciéndose, el SH se plasma como persona. Esta situación, mejor dicho, este hecho coloca la totalidad de nuestra experiencia -y su triple dimensión: verdad, belleza y bien- en la perspectiva de la autenticidad. Que la vida sea auténtica, bienlograda y no malograda, empuja al SH a la búsqueda de la fundamentalidad, del apoyo sobre el que construir y vivir la vida, sobre el que instalar, proyectar y comprender la vida, la propia vida y la de los demás.

Desde este punto de vista, se podría decir que la BÚSQUEDA del fundamento de la vida auténtica, de la buena vida es vivir religiosamente (vivir la religación). En la vida religiosa, así entendida: teologalmente y no teológicamente, se encuentran el ateo, el agnóstico y el teísta coincidiendo, todos, en el acto de apoyarse en el fundamento -que es la fe-, que se concreta y caracteriza en y por las acciones de confiarse, darse y entregarse a él. Dichas acciones configuran y componen las actuaciones mediante las cuales se tejerá la actividad vital de la fe, del vivir religiosamente.

Ahora bien, conviene considerar el grave problema que supone saber discernir entre buena vida y mala vida, entre buena fe y mala fe. La razón, históricamente, ha fracasado en todos sus intentos y esfuerzos; sin embargo, desde siempre y con carácter universal, una inteligencia experiencial, a lo largo de la historia, ha ido dilucidando, aclarando, ordenando y fijando narrativamente (cuentos, relatos, mitos) y gestualmente (ritos, celebraciones y fiestas) la experiencia humana acumulada a lo largo del tiempo sobre este difícil problema de la buena vida y la buena fe. Encontramos, en esta experiencia narrada, -diciéndolo de una manera inadecuada, simplificada y no justificada- una POSTULACIÓN POÉTICA ejemplarizante (dimensión estético-sentimental), una postulaciÓn axiolÓgica personalizante (dimensión ético-volitiva) y una POSTULACIÓN AXIOMÁTICA coherente (dimensión lógico-intelectiva). Ninguna de las tres postulaciones son sistemas separados, en sentido estricto carecen de suficiencia constitucional independiente; por el contrario, las tres forman sistema o estructura, que es la que tiene realidad y presencia efectiva en el relato. Esta sabidurÍa antigua, que se comunica a través del relato y del gesto, es antigua no sólo porque viene de tiempos remotos, sino -y esto es lo significativo- porque por más antiguo que sea el relato, esta sabiduría se hace presente siempre como algo que ya era, como algo ya sido, como algo que siempre supimos (I.Kertész): un saber antiguo que se viene explicando y enseñando como saber primordial.

Quizás, la mayor dificultad -posiblemente insalvable para ella- con la que ha tropezado la razón, en este tema, haya sido desde siempre la naturaleza HISTÓRICA de la experiencia humana. La historia se abre como un abismo bajo los pies de la RAZÓN; por el contrario, la historia se revela como el lugar natural de la fe. Es verdad que no sin dificultad se transmite generacionalmente la TRADICIÓN primordial, pero su debilidad no es frente a la razón, respecto a ella es invencible, irrefutable e infalsable; su debilidad es otra: el olvido.

Es un problema común y presente en todas las tradiciones transmisoras del saber primordial, la tensión entre la buena vida entendida como “cumplimiento de la ley” y la buena vida entendida como “vivir en la presencia y a la luz del fundamento” (Yahvé, ley del Karma, Naturaleza , etc.). A esta tensión hay que añadirle otra, no menos grave, entre vivir la relación con el fundamento de manera directa e inmediata -relación vertical- y vivirla medialmente -relación horizontal- a través de la convivencia con los demás seres humanos y criaturas. Ambas tensiones, la tensión Ley-Fundamento y la tensión Hombre-Dios, trenzadas, generan un abanico de reacciones y respuestas realmente rico, complejo y difícil de abarcar, pero una cosa sí que no se oscurece, sino todo lo contrario, queda como un hecho claro: vivir religiosamente apoyándose en el fundamento mediante una relación de fe implica trascender, ir más allá, salirse de la vida organizada por los seres humanos a su medida; exige cambiar de perspectiva: dejar de ser medida para vivir en y por la medida del fundamento. Vivir desde la perspectiva de Dios denuncia, cuestiona y pone contra las cuerdas la vida justificada por la Ley o por las Costumbres.

La tradición jainista manifiesta la exigente necesidad de vivir consecuentemente la verdad del Karma desde la ahimsa y, por tanto, es imprescindible ir más allá de la vida organizada por los hombres no iluminados. Desde la tradición chamán, el jefe indio Seattle insiste en la identidad no panteísta entre la naturaleza y Wakantanka, en el carácter sagrado de la naturaleza, por tanto. Por eso en su carta gime: ¡la naturaleza es la memoria de los hombres!, ¡la naturaleza es la historia de la Humanidad! -la audacia y profundidad de la afirmación es evidente, aunque la dejaremos sin comentar-. Por último, desde la tradición judeocristiana: la Historia es un asunto humano y la Naturaleza es otra cosa, pero, al ser el hombre “imagen de Dios”, la vida humana ha de ser plasmación transparente de la presencia de Yahvé. Hacer presente a Yahvé es hacer justicia. Y hacer justicia es liberar al oprimido, amparar al pobre, al huérfano y a la viuda, en esto consiste siguiendo al profeta Jeremías- conocer (= experienciar) a Yahvé. La naturaleza siendo buena creaciÓn de Yahvé no puede ser víctima de relaciones de explotación, sino de liberación, las relaciones del hombre con la naturaleza ha de ser de justicia, porque también en ellas debe hacerse presente Yahvé .En definitiva, vivir según la Ley o según el `principio de Misericordia son elementos constitutivos de las tensiones propias del vivir religiosamente en todas las tradiciones, junto con el problema del fundamento.

En la actualidad, la vida religiosa se enfrenta a un problema cuya radicalidad y contundencia permiten consideralo como “nuevo”(?) en la Historia: el problema de la increencia, de la no-fe, de la mala fe. Posiblemente, por primera vez en la historia de los hombres es viable y posible vivir una vida no AUTÉNTICA, una vida sin fundamento, evasiva y divertida; es posible no “vivir de verdad” y vivir plenamente en y de la EVASIÓN.

La Sociedad del Espectáculo (G.Debord) con su idolatría del dinero, su cultura del consumo y sus estética del tedio, pervierte de raíz el recto sentir, el recto desear y el recto pensar en el que consiste la buena fe. Los afectos no se concretan en pasiones, sino en emociones; los motivos no lo hacen en deseos, sino en caprichos y las percepciones ya no dan de sí ideas, sino imágenes. En lugar de Ideas, Deseos y Pasiones, la Sociedad del Espectáculo concreta una actividad conductual funcional y lúdica, que tiene una significativo ejemplo en la oposición virtualidad-realidad.

El SH deja de ser una realidad personal -un ser necesitado de porvenir, un ser de “pertenencias a”,...-, para convertirse en apersonal, en un ser de acciones ciegas de presente sin porvenir ni horizonte. La vida religiosa, en la Sociedad del Espectáculo, ha devenido en superflua y lo superfluo en esencial.

La Sociedad del Espectáculo sería un circo más o menos trágico, si no estuviera sustentada en y por la muerte organizada (la muerte de Dios, del hombre y de la naturaleza). La Sociedad del Espectáculo de alguna manera entiende, por la vía de los hechos consumados, que si el genocidio es posible: ni la revolución ni la historia son necesarias y, en consecuencia, tampoco la palabra (Dabar). Negando el pan y la sal a la perspectiva tradicional de la buena fe, se consolida como la única y excluyente perspectiva en la que es posible la racionalidad: la necedad y su credo, la muerte.


2. LA NECEDAD.

¿En qué consiste la necedad? Según se mire, podemos decir que la necedad es tan antigua como las “escrituras sagradas”. Es un tema recurrente y presente en los texto bíblicos: el necio se opone al justo, la justicia a la necedad. La necedad disloca la experiencia humana y sus dimensiones -verdad, bien y belleza-. La necedad cambia radicalmente la perspectiva de la manera de vivir la vida, haciéndose incompatible con la perspectiva de la fe, haciendo imposible la vida auténtica, el vivir religiosamente.

La necedad no se sustenta en la fe, sino en su negación, en su evitación, en su destrucción, en su combate. La necedad entiende que la vida es “flor de un día”, que no hay más horizonte que el instante -que no es un horizonte, no lo olvidemos-. La necedad consiste en la IDOLATRÍA del instante, pero desde la profunda “consciencia” de que sin porvenir no quedan ni hay más que mortales instantes,instantes mortales. “Vinos, perfumes y rosas” (Sb 2) son elementos constitucionales de la ALEGRÍA del instante. El olvido es a priori gnoseológico, volitivo y afectivo de su ALEGRÍA. Alegría olvidadiza, evasiva y divertida. Sin embargo, la necedad no es tan necia que ignore que su alegría depende, se fundamenta, en un núcleo constitutivo y esencial, por lo que curioso es que para instalarse en ella -en la alegría- practica una más que concienzuda, nada ingenua y ni siquiera olvidadiza opresión del pobre y del justo, de la viuda y del anciano. Tiene las ideas muy claras respecto a que la fuerza es la Ley y, sobre todo, tiene una actitud vigilante, combativa y perseguidora del justo. El justo representa para ella una presencia “letal”, intolerable e imposible. La simple presencia del justo es vivida por la necedad como “denuncia y escándalo”, la dimensión profética de la presencia del justo oscurece su IDOLATRÍA del instante, su “gnoseología” del olvido. La necedad reacciona, entonces, con la “verdad fundamental de la muerte” para falsar la vida del justo, inventa la “muerte antes de tiempo” para consolidar como única realidad el “silencio de de la muerte” y “la muerte del silencio” como signos inequívocos de la invulnerabilidad del instante (Sb 2).

(Desde D.Bonhoeffer, “Resistencia y Sumisión) “La necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad”,porque “las realidades que contradicen la cosmovisión del necio no necesitan ser creídas”, es suficiente el ignorarlas. El olvido no se refuta se combate con la memoria y eso es lo que es la “vida del justo”, memoria. “El necio se siente satisfecho de sí mismo” y se vuelve agresivo y homicida ante el ESCÁNDALO de la justicia. La necedad es profundamente inteligente -Zubiri, creo que nos permitiría decir que la necedad es inteligente, sí, pero no racional; la razÓn es patrimonio de la inteligencia experiencial de la vida religiosa. La inteligencia del necio no es racional puesto que nada comprende, es operacional -funcional, instrumental, pragmática, si se quiere decir así- puesto que “nada comprende” aunque “todo lo usa”, en cuanto pude formalizarlo, “algoritmizarlo”, pero ¿se puede “algoritmizar” al “Siervo sufriente”, sin el cual no tiene vida la necedad?-. Por eso es ínútil intentar convencer con razones y doctrinas al necio, porque no hay más sordo que el que no quier oir, ni ciego que el que no quiere ver”. “La voluntat de no escoltar comporta la pèrdua de la possibilitat de fer-ho” (F. Raurell, Profeta, el forjat per la paraula, p.138).

¿De qué “novedad” sería portadora la necedad, hoy? Lo “nuevo” es que la necedad es el poder. La necedad ha conquistado el poder, todo el poder. Se da, en la actualidad, una identidad e identificación perfectas entre el poder de la necedad y la necedad del poder. Posiblemente, en otras épocas de la Historia, la necedad también se “autodivinizara” o “autosacralizara” con mayor o menor éxito y eficacia, pero lo hacía como la hiedra y la cizaña en campo ajeno, en el campo de la vida religiosa. Quizás se debía a una debilidad, a una impotencia, a la incapacidad de fundar realmente su propio mundo y sostener con independencia su “praxis vital”. La realidad de nuestro días parece que nos permite decir que la necedad ha conquistado el poder y ha creado un mundo a su medida, de una manera tan efectiva como concusa, que está acabando con todo lo que no es ella: el hombre, la naturaleza y Dios; es decir: está acabando con la historia.

La necedad del siglo XXI se llama nihilismo. En la cultura se expresa como materialismo, naturalismo y fatalismo; en la política como tiranía y genocidio; en la economía como economicismo o “fetichismo de la mercancía” y en la religión como fundamentalismo. Por eso, las palabras del Jefe Seattle, de que la vida se vuelve supervivencia allí donde llega el hombre blanco, no han ganado en verdad desde el punto de vista de la “comprensión”, puesto que ya eran palabras muy claras, pero desde luego que sí que han ganado en “extensión”. La verdad de las palabras del Jefe Seattle se ha extendido real y efectivamente por todo el planeta. No diré ni afirmaré, porque tampoco lo pienso, que la “historia haya muerto”, pero sí que, como el río Guadiana, fluye bajo la tierra dominada por la necedad, dejándonos a la intemperie, sin horizonte ni porvenir, sin defensa ni palabra.


3. LA FE.

“¿por qué es así? ¿por qué esta fragilidad? ¿dónde y cómo “desgraciamos nuestro derechos”? ¿por qué de manera implacable y definitiva ya no sabemos?, y así sucesivamente, como si no supiera lo que sé...” (I.Kertész, Kaddish por el hijo no nacido.)

¿Qué es lo que nos impide saber lo que siempre supimos? -¿El miedo a la muerte, el sufrimiento y la tristeza? ¿El miedo a descubrir que la vida, hoy, es una mentira fabricada por el hombre? San Pablo, sin embargo, nos recuerda que la Fe es alegría, la alegría de descubrir y encontrarse con que la muerte del inocente y de la inocencia en la cruz no sólo no es la última palabra, sino que, por el contrario, es el punto final de la Ley (=de la Necedad), y no por la RESURRECCIÓN en primera instancia -que desde luego, es mucho más que un buen deseo, es la esperanza- sino porque, con la misma intensidad de la resurreción, nos revela que la “única vida verdadera” posible está “fuera de la Ley” y que esta vida verdadera no puede ser sino misericordia (caridad, amor) y, en cuanto tal y sólo en cuanto tal, esperanza y, sólo en cuanto tal, fe. Sí que es verdad que hay una tristeza -que hay que tomársela muy en serio-, pero si viene de Dios, lleva al arrepentimiento y a la conversión, es decir: a la “salvación de la vida”, a la “vida de salvación”. Pero esta SALVACIÓN es, significa, morir a la necedad (= a la carne) viviendo el “escándalo de la Bienaventuranzas” (J.Botey). No se trata, por tanto, de estar justificados si por la Fe o si por las obras, sino más bien -”con“ fe y “por” las obras- vivir “fuera de la Ley”, “contra la Ley”, fuera de la necedad contra la necedad. La praxis de la Fe por amor no puede no ser sino enfrentamiento, denuncia, conflicto y lucha, por eso es más útil para la Fe el “don de profecías” que el “don de lenguas”. Es verdad, la tranformación radical personal que tiene lugar en el encuentro del hombre con Dios tiene consecuencias espirituales profundas, complejas y ricas que dotan a la fe del creyente de una positividad y claridad sólidas; sin embargo, para San Pablo no es “hablando de la vivencia de Dios en mí” (= hablar en lenguas) lo definitivo, sino “hablar en profecías. El profeta es el que dice “arrepentíos y convertíos”-¿cómo se puede pedir perdón, cualquiera que sea, a un muerto sin conversión?-, el profeta es el que denuncia y llama a vivir según la “ley de Dios”, que no es otra que “hacer justicia” al “condenado a vivir sin aliento”, al “hijo del agobio”. El profeta es el que analiza y reflexiona el vivir de cada día a la luz de la fe para que en todo momento vivamos “esclavos de la justicia” y como enemigos de todo aquello que oscurece el porvenir de los hombres, que les niega su futuro; es decir: el pecado, el vivir neciamente.

Son tiempos, los actuales, difíciles para la fe. Son tiempos de ORACIÓN y PROFECÍAS. El hombre es hijo de su praxis. Hoy, la acción humana es rea de la Necedad. No hay camino ni esperanza que no le pertenezca, así como tampoco existe ningún pensamiento, obra u omisión que no sea suyo. Por eso podemos hablar de un fin del mundo. Sin embargo, Isaías nos dice: “en la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el papiro. Habrá allí una senda y un camino, camino de santidad se le llamará; no pasará el impuro por ella, ni los necios por ella vagarán” (Is 35, 7.8).

¿Qué camino es intransitable y letal para la necedad de nuestros días? No lo sé... recuerdo que la hermana Pobreza cuenta -a San Francisco y sus compañeros, en Sacrum Commercium- que el momento más triste de su vida no fue cuando los hombres le dieron la espalda, fue doloroso, pero no fue ese. Ni cuando la Avaricia se hizo llamar Discreción y Providencia. Ni cuando la Acidia se hizo princesa espiritual. Sino cuando se quedó sin su eterna compañera y “luz de sus ojos”, cuando se quedó sin su hermana Persecución. La gravedad de esta palabras no se puede ocultar, tras ellas quizás no quepa otra cosa que callar y meditar:... el “ósculo de la paz” de Francisco al leproso -yendo más allá de la miseria y descubriendo la humanidad del miserable como rostro de Dios, lugar de la “santidad primordial” (J.Sobrino)- es, quizás, el único y último “paraíso terrenal” con porvenir, que pueda llamarse verdadera vida, vida de verdad: no porque se muera antes de tiempo en este paraíso, sino porque nos toca, por fe, compartir proféticamente su suerte sin más equipaje que nuestra esperanza, ni más gracia que la de comprender la ORACIÓN encarnada de Mat’Marija (Elizaveta Jur’evna Pilenko. Revolucionaria, monja ortodoxa y mártir, Riga (Letonia) 1891- Ravensbrück (Alemania) 1945):

LA ÚNICA PALABRA MÍA: ¡CREO!

Nada recuerdo de las Escrituras, tampoco ahora,
no conozco la divina Toráh.
Pero tu me has dado verano e invierno,
y cielos y ríos y montes.

No me enseñaste a rezar
siguiendo las reglas y las leyes,
mi corazón canta, como un pajarillo,
a iconos no pintados por mano humana,

al rocío, al alba y al camino,
a las piedras, al hombre y a las bestias.
Recibe, ¡oh, justo y severo!,
la única palabra mía: ¡creo!