per Pep Segalés
BETO Y LIDIA
O
EL BANQUETE DEL REINO.
Esta tarde de domingo alguien llegó con la pic-up a casa de Beto y Lidia urgiéndoles su presencia en la Escuela de Tareas, pues un gringo acababa de hacer una gran donación y era preciso ver la manera de distribuirla. No sólo los esposos se subieron, sino también Carmela, Betito, y Manuel, sus tres hijos. Al llegar a la Escuela de Tareas no encontraron ni al gringo ni la montaña de donaciones, sino que inesperadamente de un rincón oculto salieron muchas voces, gritos y una lluvia de confetti. Cuando apenas abrieron los ojos después del sobresalto encontraron el salón de la escuela adornado con globos y un gran letrero que rezaba: BETO, LIDIA, CARMELA, BETITO Y MANUEL: ¡GRACIAS!
Beto es un clásico milusos. Se le conoce como el tamalero, porque por temporadas vende tamales, pero también fue repartidor de bolsas de papas fritas, vende perros de raza, o pescado, o compra y vende carros. Actualmente es herrero. Destila inquietud. A Lidia le toca cuidar del hogar y cuidar la paciencia. Tiene la mirada serena y mira muy adentro. Beto y Lidia como tantas parejas discrepan en algunas cosas, pero en algo están los dos bien de acuerdo: en abrir las puertas del hogar a los muchachos y hombres que han caído en las garras de la droga y el alcohol.
Y esta tarde de domingo se formó un círculo integrado por los cinco de la familia y los adictos, sus esposas e hijos. Aquellos para escuchar las palabras de gratitud y estos para expresarlas. Estos, ahí están y son...
Juan José, que a los 14 años un día llegó a la casa a venderles una máquina de fotografiar, robada por supuesto. Beto lo invitó a abrir una zanja y se lo supo ganar y Juan José se quedó en la casa. Juan José es hijo de madre soltera y tiene cinco hermanos. Y era el ladrón más fino y avispado de la colonia. Ahora lleva meses sin drogarse y ahí está con el bebé en brazos de su esposa.
Está también Sonia la esposa de Rafa con su bebito. Rafa es sobrino de Beto y llevaba años en la adicción. Su padre muchas veces le echó en cara que no era su hijo. Beto le abrió las puertas del hogar. Un día llegaron los “cazafantasmas”, los encargados de “secuestrar” a los adictos y llevarlos al centro y se lo llevaron. Hoy el sobrino no se presentó a la fiesta pues, limpio, trabaja de taquero. Pero ahí está Sonia, su esposa, cargando a su bebito y dando gracias.
Saúl es el vecino de enfrente. Su madre mete toda clase de hombres a la casa más pobre y miserable del barrio. Saúl no aguanta la situación y pasa los días y las noches de los meses y los años en casa de ellos, los que ahora lo escuchan dar las gracias. Tal vez por el apoyo encontrado Saúl ni toma ni se droga. Pero destila una tristeza que viene de muy lejos y se queda muy honda. Encontró en los cinco el cariño que no había en la casa.
Darío es un joven vecino con la mirada muy adolorida. Desde muy pequeño fue golpeado por su padrastro y es víctima del alcohol, las drogas y la soledad. Un vecino lo animó a vivir un Encuentro Misionero. Y después del encuentro vivió en la casa de Beto. Aunque recayó en su adicción, aceptó irse al Centro de Recuperación. Ahí está dando gracias y suspirando por una vecinita.
Josué es hondureño. De pequeño lo mandaron a trabajar a México con un tio. Fue cocinero y gimnasta. Desde los 14 años fuma la mariguana y luego se pasó al cristal, la droga sintética a base de cocaína, la más común en el rumbo. Por la adicción perdió a su esposa y a sus dos hijos. Josué acabó vagando por los parques. Un día encontró en un recorte de periódico la propaganda del Centro de Rehabilitación y se presentó. Lo aceptaron gratis. En las idas y venidas de Beto y Lidia al Centro visitando a los que habían pasado por su casa, conocieron a Josué. Cuando Josué salió del Centro se refugió en la casa de ellos. Josué recuperó su libertad interior, a su esposa y a sus hijos. Y ahí están todos en la fiesta.
Samuel es otro vecino, hijo de padre borracho. Muchos años en la droga, hasta que ellos lo aceptaron en la casa y él aceptó después internarse en el Centro. Samuel ya no quiere regresar a su casa. Lleva meses limpio viviendo con ellos.
Camilo fue abandonado por su madre a los nueve años cuando ella se enamoró de un señor que no era su padre. Camilo fue desde entonces niño callejero y adicto. Beto se hizo mil veces el encontradizo con Camilo y consiguió que entrara al Centro de Rehabilitación. Salió después de tres meses y recayó. Y el mismo Camilo se autoingresó por segunda vez. Hoy consiguió permiso para asistir a la fiesta y dar las gracias con una mirada limpia de seis meses.
Sergio está casado, tiene tres hijos y un nieto. Herrero de profesión y alcohólico por largas temporadas. En una de esas se salió del hogar. Beto y Lidia lo recibieron en la casa. Y en el patio le dejaron poner el taller de herrería y Beto se hizo herrero. El Retiro espiritual transformó a Sergio radicalmente. Ahora anda por la vida metiendo adictos al Centro y a los Retiros. Todos los martes acude al Centro a compartir su nueva vida. Y aquí está, emocionado, el más mayor del grupo con su esposa y sus hijos.
También están Samuel y Gabino, ambos de 17 años. Samuel ha pasado su vida entre cárceles y centros de adictos. Desde muy pequeño se alejó de sus padres y hermanos. Hace muchos años que no sabe nada de ellos. A ratos escasos vive con su abuela. El padre de Gabino es alcohólico y entra y sale de los centros. Su madre es adicta profunda. Viven separados. Su único hermano está en la cárcel. Samuel y Gabino están empezando la relación con la familia de Beto y Lidia. Gabino se quedaría días después a vivir con ellos.
Cuando acabaron las palabras de gratitud y seguían todavía fuertes los latidos le regalaron un cuadro a Beto firmado por todos. En él se mira a Jesús que sostiene un muchacho que bien podría ser adicto el cual agarra en sus manos un martillo y un clavo. También le regalaron dos docenas de rosas rojas a Lidia y un juguete a cada hijo. Y siguió un banquete para todos, entrecortado de silencios y miradas. Se respiraba algo profundo. Alguien dijo que era el banquete del Reino.