__1 de juliol de 2010: Mariano Delaunay. Màrtir de l'educació alliberadora, HAITÍ (1990)
30 de juny de 2010: Dia dels Herois i Màrtirs de Guatemala
28 de juny de 2010: Pere, pescador i Pau, missioner, pioners del Poble Déu.
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Queridos amigos y amigas, buenas tardes y que sea en buena hora:
..y así comenzó nuestra historia, como un cuento. Los seguidores, hombres y mujeres, de Jesús se volvieron a Galilea, entre ellos Pedro y Pablo. El primero era pescador y amigo de Jesús de Nazaret; el segundo misionero, nunca vio a Jesús, pero lo descubrió vivo, después de muerto, como también Pedro y los demás. Unos se hicieron peregrinos para anunciar y ayudar a descubrir que el Reino de Dios ya está entre nosotros; otros, se hicieron comunidad, señales vivas del Reino, aunque nunca fueran paraísos, tampoco hizo falta: los paraísos son para los necios, la vida es para los pobres. Todos y todas, gentes sencillas, gente del pueblo, se cuidaban entre ellos, practicaban la comunidad de bienes, se perdonaban, se acogían y acogían al huérfano, al pobre, a la viuda, al forastero. Ellos ya sabían que una cosa es predicar y otra dar trigo. Así que tomaron el camino que Jesús les enseñó, el único que ningún tipo de necio (capitalista, político o religioso) puede transitar, el de la misericordia y se hicieron Pueblo de Dios. No les fue mal, y a pesar de los errores, de las persecuciones y otros azotes de los tiempos y de las debilidades humanas, sus comunidades se multiplicaron como los panes y los peces. Todos y todas calzaban las sandalias del pescador. Sin autoritarismos gestionaban sus vidas en comunión.
Pero llegó el tiempo de la gran oscuridad, y el Pueblo de Dios se transformó en Iglesia Imperial por voluntad del emperador. Y por su voluntad también se convocaron Concilios, se establecieron Dogmas, aparecieron los herejes y la ortodoxia, y la Inquisición: y la sangre derramada de inocentes en nombre Dios y de Jesús de Nazaret. Se olvidaron las sandalias y llegó la religión. Olvidaron la Palabra y volvió la superstición. E hicieron edificios sagrados, rituales sagrados, muchas cosas sagradas –que denominan Sagrada Tradición–, olvidándose de recordar que lo único sagrado es la realidad del Reino en el corazón de los hombres, la preferencia de Dios por los pobres, de vida rota y corazón destrozado. Y nos arrastraron al camino de los necios, y así, hasta ahora, nos han hecho vivir, y quieren que sigamos así, como esclavos invisibles en las catacumbas de los paraísos del poder del DINERO, de la LEY y de la RELIGIÓN. Los tres poderes que rechazó Jesús de Nazaret, son, incluida la Iglesia, los que exigen nuestra genuflexión, nuestra sumisión, desde entonces hasta ahora. Ya no hemos conocido la paz, sino el miedo; no hemos conocido el perdón, sino la opresión. Y nos dijeron que debíamos esperar nuestro turno, si queríamos vivir; pero la cola era muy larga, y los pobres debían morirse primero, como santos inocentes, para disfrutar de la vida después. ¡La barbarie de los poderosos no tiene límite!
El viaje del papa Ratzinger poco se parecerá a los que hizo Jesús a Jerusalén. No calzará las sandalias de Pedro, ni de Juan, ni de Lucas ni de Marcos, ni de María. Se dará un espectacular baño de multitudes como hacen los poderosos en el fútbol, igual que los patricios hacían en el circo de Roma. No será acogido por ningún hogar humilde, ni alternará con los parados ni con las mujeres maltratadas, ni con los niños en y de la calle. Será celebrado y disfrutado por fundamentalistas y nacional-católicos, a costa del dolor de los cristianos que siguen calzando las sandalias del pescador, y de los hombres y mujeres de misericordia de todos los credos y creencias, ateos o no. Su viaje y la Iglesia Imperial que representa pagado con millones de euros de los banqueros y del gobierno, sustraídos de los recortes de los salarios, de los salarios sin pagar, del trabajo no remunerado, de las reducciones materiales y humanas de la educación de los niños, de la sanidad de todos, de los derechos de todos. Dirá palabras, pero no sembrará trigo como hacía Jesús, hará gestos pero sin dar trigo como hacía Jesús.
Cuando Jesús alternó con los poderosos fue para expulsar a los mercaderes del templo, ser juzgado y después crucificado. El papa Ratzinger, ¿qué hará? ¿Poner el templo dentro del Capitalismo? ¿A rivalizar en poder con el Estado? ¿Bendecir las injustas medidas del plan de ajuste? ¿Salvará a los oprimidos? Las parábolas de Jesús no dieron para mucho teatro, pero sí para mucha esperanza y vida nueva, ¿qué vida nueva nos traerá su mucho teatro, sus pocas palabras y sus mutilados gestos?

Una cosa va quedando clara, gracias a la actual crisis, que no sólo es económica, sino también ecológica, política y moral, y es que la sociedad en la que vivimos no es el mundo ni del papa, ni del banquero, ni del gobernante. Ellos viven, sienten y quieren, fuera de nuestro mundo, de nuestras vidas. En realidad se ha abierto un abismo, una sima infranqueable, entre la sociedad en que vivimos y el Olimpo donde viven ellos. Ellos nos ven, nos quieren, nos desean, nos conservan, como los granjeros explotan sus granjas, llevándonos al matadero, para ellos vivir mejor. Ellos nos son de este mundo, son sagrados, trascendentes, intocables. Nosotros si somos de este mundo como el Reino de Misericordia que practicaba y enseñaba Jesús. Una vez que les demos la espalda prefiriendo el fútbol a su "teatro", no tendremos otra cosa a hacer que poner la Misericordia en el corazón de la economía, de la política y de la cultura, y disfrutaremos entonces de Democracia Económica y Bienestar, de Democracia antiautoritaria y autogestión, de Cultura con corazón y humanidad. No tenemos el poder, Jesús tampoco lo tenía, pero tenemos el Espíritu, como el lo tenía, y por eso cambiaremos las cosas cortando los cabos que ligan al Olimpo con nuestro mundo, para que vuelen lejos, muy lejos, hacia el cielo del que tanto hablan –que se lo queden–, y nuestros hijos heredaran la Tierra, que ya es hora,porque les pertenece desde que el Espíritu soplaba sobre las aguas.

Un abrazo muy fuerte en un momento de tristeza y congoja. José V. Clemente