UN LUGAR DONDE SE PUEDE SOÑAR
(Reflexiones desde Chiapas)

1- CERCA DE LA TIERRA

Me doy cuenta que la incomodidad que llevaba dentro y me hacía “inadaptada” en el vivir de Barcelona, que era como diferencia o exigencia con mis hermanos de comunidad, que me hacía sentir que aun quedaba algo por concluir en mi seguimiento de Jesús… tenía que ver con mi forma de vida dentro de este sistema -¿social-económico?- en que me veo sumergida. Tiene que ver con nuestra forma de usar los recursos, con nuestro consumo (con mi opción de pobreza), con nuestra complicidad con los mecanismos que sostienen ese mismo sistema.
Llegar a Chiapas y encontrarme con la propuesta de la “permacultura” en medio de las comunidades indígenas, creo que ha sido una respuesta de Dios a muchas cuestiones. Yo buscaba maestros de vida, otras perspectivas, otras formas de relación con el mundo y desde luego, esto que he vivido lo es. Con una vida totalmente urbana y alejada de la tierra, no podía ni imaginar este nuevo modo de mirar desde la Madre Tierra. Claro que había escuchado de ecología y respeto a la Naturaleza y de la crisis ambiental y energética. Pero desde la ciudad y en el “primer mundo” se analizan esas crisis como el problema y se tratara de adoptar medidas correctoras del mismo sistema. Al cambiar de lugar y situarme entre los campesinos indígenas de Chiapas, se ve todo eso como síntomas, no cómo la verdadera raíz del problema.
¡La mayoría de la humanidad se ha separado de la Tierra!
He ahí el drama.
Aquella de la que formamos parte, aquella que nos sustenta, aquella que nos sitúa frente a Dios y, así en nuestro justo lugar, aquella que nos da la identidad. A medida que nuestra forma de vida se ha ido separando del contacto con lo natural, hemos ido perdiendo los valores que configuraban lo más humano. De la vida en contacto con la Tierra nace una espiritualidad y una cosmovisión imposible de encontrar en el asfalto.
No sé cómo se empezó a considerar la tierra y sus criaturas como algo por debajo del ser humano, como puro medio de producción a nuestro antojo. ¡Nos olvidamos que no se trata de “cosas”, sino seres con corazón, de vida! VIDA que no nos pertenece, sino a la que pertenecemos; VIDA que viene de lo que es “mayor“ que nosotros; VIDA que es precisamente lo sagrado.
Nos pusimos en el centro de todo y ese no es el lugar de la humanidad…
Si usamos la Tierra no debe ser como depredadores mirando nuestra voraz ambición ni usarla para el negocio rápido.
La vida urbanizada desconectada de lo natural (la tierra, el agua, el fuego, los vegetales, y las demás criaturas) nos va disminuyendo la visión espiritual y va reduciendo todo a puro materialismo. Las lecciones esenciales de la naturaleza (lentitud de procesos, paciencia, diversidad, carácter cíclico de tiempo, aceptación de los límites) se pierden al no crecer a su lado. Ella es maestra que desechamos, ella es ritmo vital que no podemos danzar.
Me doy cuenta que nuestra forma de vida queda determinada por cómo tratamos a la Tierra y como la consideramos en nuestro corazón. Me sorprende descubrir que parte de la “crisis de valores” que vivimos en nuestra sociedad desarrollada viene de ahí.
Buscando dentro de mí, se plantean muchos interrogantes ¿cómo situarme entonces cerca de la tierra? ¿cómo hacerlo desde mis compromisos en la gran ciudad? Porque no se trata de ir a ver la montaña de vez en cuando a pasear y contemplarla.

2. FORMA DE VIDA EN LA MONTAÑA.

Imagino que he podido abrir los ojos a esa realidad del acercamiento a la tierra al compartir vida con el pueblo tojol’ab’al. Mucha información ya había de todo eso en estudios, libros, conferencias, experiencias,… en Barcelona. Pero nunca me acerqué a esa moda “ecológica”, porque formaba parte de respuestas de gente con dinero, asentada, que podía permitirse el lujo de experimentar ciertas cosas, sin que les faltara el pan en la mesa; porque veía que se perseguía más la vida personal “sana” que la justicia para todos, porque me sonaba a un tipo de armonía alejada de los dramas del mundo.
Aquí, lo he recibido entre hombres y mujeres que viven fundamentalmente de su trabajo agrícola manual. Cultivan la tierra para sacar de ella el sustento familiar. Viven en pequeños grupos en medio de la montaña lejos de la ciudad y poco comunicados; en un clima húmedo y templado. Sus pequeñas aldeas, que llaman comunidades, no son más que casitas de madera en general o block cuando ya fueron a ganar fuera. La familia tiene dos casitas: una, que les sirven de techo donde dormir y otra que les sirve de cocina y comedor. Casi toda la vida se realiza fuera de las casas. Además tienen sus casas o lugares de convivencia comunitaria y de asamblea.
Todo queda simplificado. Los esfuerzos de trabajo se orientan siempre al mantenimiento de la vida y los cuidados que conlleva. No existen trabajos superfluos, artificiales o de diversión. Y el trabajo es duro, implica siempre fuerza física y constancia, sin vacaciones; pero lleno de lleno de sentido y utilidad conectada directamente con la vida, no con el dinero. Trabajar la milpa, el café, tortear, hacer fuego, traer leña o agua, limpiar la casa, participar en una asamblea, realizar trabajos comunitarios. El trabajo no se vive como imposición de otro sino como medio de vida digna: alimento, vestido, techo, relación humana, cultura. El trabajo es un irrenunciable y forma parte de todo el tiempo. Sí, todo dura mucho. Siempre se trabaja, pero a la vez que se trabaja se aprende y se enseña, se convive, se cuida la familia, se mejora el entorno, se planifica,… No hay fragmentación. No hay un tiempo para cada cosa, sino un solo tiempo donde está todo.
Nosotros desde nuestras formas de trabajo desconectamos nuestra actividad de las necesidades básicas, excepto en la tareas de la casa, que nos cuestan considerarlas como “verdaderos trabajos”. Nos dedicamos a producir cosas superfluas en gran cantidad y lo único que nos importa es el dinero que nos dan por ello; aunque lo que hagamos sea absurdo, dañe nuestra salud o contradiga nuestros principios.
¿Cuál es el trabajo inhumano? Aquí en la montaña todos saben hacer lo fundamental para sobrevivir, no dependen de técnicos ni especialistas para resolver sus problemas, deciden ellos mismos cuando descansar y como distribuir sus tiempos. Sí, físicamente, es agotador y todo lleno de austeridad. No podemos decir que es idílico.
Pero el trabajo en las ciudades ¿es más humano?... cuando andamos esclavos de los minutos y las reglas de la empresa, cuando nuestras manos e ingenio se prostituyen en faenas que atentan contra lo que amamos o crean grandes injusticias globales. Y luego necesitamos desahogarnos con un tiempo de ocio o de familia, donde sentimos que, por fin, vivimos y muchos acabamos con miles de psicoenfermedades…

''Tener nuestro mundo en nuestras manos
sin dejar esa carga a ajenos
que “caso” saben de corazón
de palabra o de silencio.
En nuestra espalda, cargarlo,
analizando,
acordando,
caminando.
Haciendo del día un largo respeto
espacio de lucha.

Al sembrar o tortear,
en la asamblea y en la alegría.

En nuestras manos tener nuestra tierra,
Madre,
sin ceder a facilidades de progreso
que nos use de engranaje.

Libres para soñar cualquier futuro,
responsables para realizar el paso de hoy,
alegres por poder ser pueblo,
mujeres y hombres tojol’ab’ales
(Tojol’ab’al significa “palabra verdadera)

3.- COMUNIDAD

El hecho de que las comunidades tojol’ab’ales vivan en medio de la selva determina muchas cosas. El medio natural, así, sin apenas técnicas, es duro y a veces adverso. Esto da a la existencia una impresión de incertidumbre, creo yo, más cercana a la auténtica realidad del ser humano. En la ciudad donde todo está tecnificado (el uso del agua, la producción de calor o frío, el transporte) nos da la sensación de que controlamos los parámetros en que se mueve la vida y no aceptamos desajustes de ningún tipo fuera de nuestras previsiones.
Ante esta incertidumbre la respuesta de ellos es crear comunidad como defensa, como supervivencia, como seguridad. Las relaciones interpersonales son siempre de servicios o intercambios y muchas tareas deben afrontarse colectivamente. Sólo en grupo se encuentra fuerza ante lo que pueda devenir. Se mira juntos la realidad y, desde ahí, se van haciendo las ideas o planes colectivos. Una de las grandes lecciones es su manera de llegar a acuerdos comunes. Una decisión comunitaria se toma en asamblea. Cada quien expone su punto de vista, todos van escuchando las diferentes posturas y por momentos parece que cada vez se convencen con el que explica, como si integraran cada intervención. Siempre las pláticas son muy muy largas. Las familia gastan mucho tiempo de la semana en reuniones o trabajos comunitarios o de representación de la misma en otras instancias fuera de la comunidad. No se trata de imponer visiones, sino de fortalecer el trabajo de la comunidad o de conseguir un vivir mejor. Normalmente se consensua una postura que se expresará como “acuerdo”. Los acuerdos son los que rigen la vida común y se consideran como algo sagrado y violarlos exige castigo. Su forma de organizarse revela su visión de que el otro es parte de mí. La comunidad es la extensión de la familia.
Se necesitan unos a otros, no se conciben como “yos” sino como “nosotros”. Entre ellos se ve claro y, aunque es una realidad existencial humana, en las ciudades eso se diluye y desaparece. La interdependencia humana y con la tierra se sustituye en Occidente por la posesión de dinero. Se necesita dinero para vivir y de tenerlo dependemos. Los indígenas dependen de su comunidad y de su tierra. ¡Vaya diferencia! Siento en cuanto a enfrentar la supervivencia todos somos dependientes en lo básico, pero, ¿cómo afrontamos esa realidad? ¿en qué ponemos nuestra confianza para poder vivir?
Toda esta importancia de las relaciones se potencia mucho al ser grupos humanos pequeños. Las formas organizativas tanto políticas como sociales son de intimidad. Cada quien es conocido en lo que es y lo que hace. ¡La gente es gente, no objetos del paisaje en el que nos movemos! La proximidad y la vecindad son esenciales. Desde los más pequeños se visitan, se piden favores, se vinculan con relaciones de padrinazgo, comparten bienes colectivos (molino, horno, camión…). El saludo y la cortesía son expresiones de esa forma de relación. Siempre se saludan en cualquier encuentro fortuito, o al ir de paso. Nunca se dicen “adiós”, sino “ahí hablamos” “ahí pasamos” “que le vaya bien”. Aunque hay espacios familiares, el lugar se considera común y por tanto, la existencia en él también.

Tienen capacidad autoorganizativa, sin necesitar estructuras ajenas. Los cargos de responsabilidad, se eligen en asamblea y son servicios, no lugares de privilegio. El poder es siempre del grupo en su conjunto (un representante por familia participa en la asamblea) y entre todos eligen a los que ven con más capacidad para desempeñar los cargos, según el ejemplo que las personas han ido dando en el transcurso de la vida comunitaria. En algunos lugares los nombrados, después, deciden aceptar el cargo y en otros lugares es obligado cumplir con él.
La unidad y la igualdad es base social. No se decide por imposición de unos sobre otros, sino porque se dan el tiempo para dialogar y prefieren dar vueltas y vueltas a un asunto, incluso no resolver, que decidir unos contra otros. Ese sistema o ambiente en que se desarrolla la vida social no tiene nada que ver con el que he vivido en la ciudad yo. Nuestra organización capitalista persigue el interés individual, pensando que eso es lo que da lugar al desarrollo colectivo. Pero lo cierto es que se usa como motivación lo más bajo de nuestras tendencias: la ambición, el reconocimiento personal a costa del rebajar a los otros, la competencia… El resultado es la desigualdad y la explotación excesiva.
En cambio, la vida en grupos pequeños y en medio natural difícil da lugar a un sistema en que el colectivo es el que hace posible la vida, y lo que anima son tendencias que humanizan: cooperación, diálogo, paciencia,… Y no es que en este sistema desaparezcan las tendencias bajas, pero no se alientan y eso las hace más fuertes.
¿Cómo generar respeto o tolerancia entre unos y otros si el otro lo veo como rival o competidor, o como objeto para usar para la satisfacción o realización personal? El “nosotros” se vive como algo ocasional y superficial en las relaciones de trabajo, en las asociaciones, en la convivencia en edificios,… No constituye algo existencial. Hasta las relaciones de pareja o familiares se viven cada vez más en clave individual.
¿Qué ambigüedad nuestra sociedad moderna que dice basarse en los derechos humanos y la democracia y en el fondo se organiza en base al éxito individual y la acumulación de bienes privados? ¿Cómo va a crecer en nuestra tierra los derechos si vivimos en un continuo “sálvese quien pueda”?

4.- SIMPLICIDAD

La realización humana se orienta en Occidente a la consecución de riquezas o posición. Y eso no encaja en nuestro mundo interdependiente y finito, ni tampoco en los ideales sociales que se pregonan en constituciones nacionales e internacionales. Entramos en contradicciones como pensar que queremos que no haya contaminación, pero queremos consumir mucho, o queremos que no haya pobreza, pero todos queremos ser más ricos.
Esta actitud de ambición, motor de nuestro sistema industrial y moderno, lleva inevitablemente al conflicto de unos con otros, porque los intereses de unos luchan sin descanso con los de los demás.
Esa idea de un crecimiento y progreso que no acaba y que se construye desde la competencia mutua, nos ha llevado a situaciones que crean injusticias y guerras por estar unos sobre otros. Nuestra sociedad a causa de ese “desarrollismo” se ha distanciado de las necesidades más básicas y ha creado nuevas y múltiples necesidades, que jamás acaban de satisfacerse. Cada vez necesitamos más, dependemos más de lo exterior y complejo, con lo que la vida se experimenta más angustiosa.
Desde luego, mirando en la montaña lo que es necesario para vivir, se desvela el absurdo de tantas y tantas cosas que se tienen como indispensables; así como la mentira de que cuantas más cosas la vida se nos hace más fácil y más feliz.
La lógica del crecimiento atenta contra la vida en vez de estar al servicio de la vida. La tecnología siempre ha tenido como razón de ser aliviar y hacer más cómodo el trabajo de al subsistencia humana, pero su desarrollo ha llegado a tal punto que nos ha separado de lo que nos conectaba con lo natural, lo que conecta con la vida. Nos ha permitido una velocidad y un eficacia (todo hay que decirlo, con altos costes energéticos) que nos hace poderosos en el control de la geografía y el clima, capaces de cualquier construcción, de extraer grandes beneficios, de observación y de previsión de fenómenos, de creernos, al fin, ilimitados. Hemos ahorrado mucho esfuerzo y tiempo, ¿para qué? ¿a costa de qué?
En las comunidades indígenas el ritmo es otro, mucho más lento al urbano, las posibilidades de acción más limitadas, la productividad muy reducida. Y una se siente más equilibrada, menos agresiva, más chiquita, más diríamos, humana. Dicen que esa forma de experimentar el tiempo ha sido una fuerte resistencia de siglos de estas comunidades ante la colonización.
Urge volvernos hacia aquello que es más natural en nosotros. ¡Simplificación! Aprender a limitarnos voluntariamente y ver en eso un avance, no un atraso o una frustración.
¿Cómo hacer que nuestro mundo renuncie al poder que le ofrece la tecnología y la ciencia? Tenemos una fuerza tan potente, con tanta capacidad de impacto en el resto de los vivientes, que dicen que está acabando poco a poco con el planeta. ¿Cómo hacer marcha atrás cuando ya nos hicimos esclavos de ella? ¿nos liberaremos de todos esos deseos de control y grandeza y limitaremos nuestras necesidades?

5.-ECONOMÍA

Ver más claro lo que significa la economía ha sido otro gran descubrimiento.
La economía campesina indígena tiene como fin la satisfacción de las necesidades familiares y comunitarias, dando una especial prioridad a la obtención de la alimentación. El nivel de consumo es muy reducido: alimentos, leña, mobiliario sencillísimo, ropa y alguna cobija, algo de jabón, … Sus recursos suelen explotarse a medida que se hace necesario en la vida cotidiana o en acontecimientos extraordinarios (enfermedades, levantar una casa, …) Las personas son el fin y las mercancías, tienen valor de acuerdo a lo que nos aportan a esas necesidades. Muchos bienes no se consideran de compra-venta como el agua o la tierra. En contraste, nuestra economía neoliberal el fin es el beneficio y las mercancías valen de acuerdo al precio del mercado, pudiendo ser carísimo algo totalmente innecesario o al revés algo imprescindible para la vida. En ese juego, la ética queda arrinconada y el dinero se erige como valor máximo, que permite casi todo. Las convicciones, las creencias, los valores morales, se consideran de otro terreno y se juzgan como inaplicables económicamente, pues no son contababilizables y no ayudan la dinámica de mercado. Parece como si procurar metas sociales como igualdad, compromiso colectivo, justicia no sea rentable y deba esperarse a una previa consecución de riqueza para poder hacerlas posibles… Son como resultados y por tanto supeditados a la creación de bienes.

¿No será que la economía debe regirse por valores más allá de la rentabilidad o el beneficio monetarios? ¿y los beneficios sociales, éticos o estéticos?
La montaña, sobre todo en las comunidades donde se usa poco el dinero y más el intercambio de productos, nos enseña otra visión de la economía, donde el tener más de lo necesario y acumularlo no tiene sentido. Donde el factor económico motor es la confianza, la cooperación y los acuerdos conjuntos, una producción ajustada a las necesidades familiares o comunitarias. Esos son los aspectos que hacen que una actividad económica salga adelante y se mantenga. Descubrir que en la base de la organización económica están los valores éticos me ha hecho recuperar la ilusión de que el dinero no es el que manda para sobrevivir. “¡Es que hay que vivir!” me decían como excusa para mantenernos en esa búsqueda de bienes materiales como la prioridad vital. Pero no. Hay cosas que no tienen ni tendrán precio y no se someterán al mercado, aunque eso supone quedarse sin lucro. Nuestra corta visión occidental sólo considera el beneficio material y es ciega a aspectos invisibles pero mucho más fundamentales.
Así que encontrando tanta sabiduría en la forma de vida indígena, asustan los deseos del mundo “desarrollado” de conseguir que ellos mejoren según sus parámetros. ¿Qué podemos enseñarles? ¿Cómo dos modelos tan distintos pueden encontrarse sin destruir uno al otro?
El problema está en que, el llamado mundo desarrollado, desea exportar su forma de vida como la verdaderamente civilizada y buena, sin respetar ni apreciar lo que otras culturas tienen de valor ni cuestionarse sus modos al ver otros diferentes. “Lo bueno para las sociedades ricas, lo será para las pobres” “Ellos lograrán una vida buena gracias a nuestra ayuda” ¡Y estamos convencidos! Porque se trata de acabar con “su pobreza” para mejorar la humanidad.
Tendríamos que preguntarnos si realmente Occidente se interesa por esa gente que vive en miseria o más bien busca ampliar su comercio o asegurar su modelo, con esos intentos de exporta su modelo económico.
¡Respetar! Hemos de entender que más importante que tener comodidades, facilidad de servicios, conocimientos que disfrutamos en Occidente, es que mantengan su forma de trabajo, su organización particular y autónoma, su dignidad, su manera de afrontar las dificultades,… Esos son bienes que no pueden compararse con el aumento de comodidad en la vida. Si se pierde eso, de nada vale el crecimiento de economía. Lo único que se consigue es que dependan del mundo exterior, de nuestro Occidente.
La pobreza se juzga como algo malo, pero una vida con poco donde se pueden satisfacer las necesidades vitales dignamente y sin agotar lo natural, no sólo es atrasada, sino modelo para nosotros que no lo conseguimos.
En el fondo los conflictos en el planeta, ecológicos y de guerra, están generados por el modelo económico de crecimiento desmedido y desigual. Es siempre a través de los comercios injustos y la explotación de personas que Occidente se ha ido labrando su bienestar: ropa barata equivale a fábricas explotadoras, alimentos sobreabundantes equivale a contaminación de la tierra.
¡El problema real es la riqueza! La lucha debería ser contra la riqueza, que nos empuja a vivir por encima de los límites biológicos globales.
Es verdad que cuando falta lo básico para la vida existe un mal: hambre, desnudez, no tener techo… ¿pero eso no ocurre también dentro de nuestra maravillosa sociedad moderna? ¿qué tiene de bueno exportar nuestro modelo? ¿por qué los consideramos desgraciados de no “tener tantas cosas”? ¿dónde están más felices los niños? ¿no será que son ellos los que deben exportarnos su modelo de “desarrollo humano”? ¿Quién debe ser salvado de la desgracia?

Sin engaño, aunque duela

Amasando una libertad
exposición a la intemperie
que deja ese picor
aquí y allí, impertinente,
por todo el cuerpo,
y no deja dormir
porque duele.

Abriéndose brecha
en la gran historia,
como lluvia nocturna
por la rendija de la lámina,
en la nuestra chiquita
historia real, también,
en la existencia insignificante,
Sin engaño.



6.- CULTURA Y EDUCACIÓN

La cultura, entendida como forma de ser y vivir, que aún permanece en este pueblo tojol’ab’al, tiene raíces bien profundas. Tiene su manera de representar el mundo y dar significado a su forma de vida, las personas se sienten integradas y participando de su mundo.
En sus celebraciones construyen un altar que representa los cuatro rincones del universo (los cuatro puntos cardinales). El lugar donde nace el sol-oriente, representado por el color rojo, es el fuego, donde nace la luz, la vida de Dios, todo lo que recibimos de ella, la fuerza y la abundancia incondicional. El lugar donde se oculta el sol-poniente, representado por el color negro, es la tierra, donde está la muerte de Dios, el lugar del descanso, de los sueños y la reflexión de la asamblea comunitaria, también donde es posible hacer el mal. El camino de Dios va de Oriente a Poniente El lugar de los antepasados-norte donde empieza la vida del ser humano, representado por el color blanco, el aire, la sabiduría antigua, también de donde vienen los vientos y los fríos que dañan. El lugar de la madurez- sur donde acaba la vida del ser humano, representado por el color amarillo, el agua, el lugar de la fertilidad, las cosechas, la entrega por la comunidad y el esfuerzo de la lucha. El camino del ser humano va de Norte a Sur. Estos dos caminos forman una cruz, se encuentran en el punto del centro del altar, representado por el azul y el verde, que es el Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra. Ese lugar representa el lugar del encuentro entre el ser humano y Dios, del lugar de la armonía ay la comunión.
Así como nuestra sociedad está orientada desde el punto Norte (se suele representar siempre arriba o enfrente), la suya es de orientación Oriente… ellos no pueden “perder el norte”… en todo caso “el oriente”.
El altar se forma con juncia, flores, semillas y frutos de la cosecha, con instrumentos musicales, imágenes… Se construye entre todos como símbolo de nuestro deseo de comunicarnos como pueblo con lo divino.

Desde fuera nosotros podemos juzgar que les falta educación, como si no supieran de casi nada. Pero ellos conservan la sabiduría de saber cuál es su lugar en la naturaleza, el propósito de sus trabajos, el porqué de los acuerdos que deben respetar, la facilidad de trasmitir a niños y jóvenes los conocimientos para que puedan sobrevivir y convivir, el saber usar hierbas como medicina, la construcción de sus casas, herramientas y muebles… Muchos no llegan a la escuela, pero lo importante lo aprenden en la familia. Los pequeños viven cerca de los adultos, no son apartados para formarse, comparten tareas familiares y adquieren rápido muchas habilidades. La responsabilidad educativa la tiene la familia. Ahí está el lugar donde los niños y niñas van aprendiendo lo necesario para la vida en comunidad, donde se da la transmisión cultural que funciona desde los ancestros. No se encarga esa tarea a otros.
Me cuestiona mucho esa idea que tenemos en la ciudad de que sin escuela el niño o la niña no tiene educación. Y por otro lado en lo que instruimos no son asuntos íntimamente ligados al crecimiento de la vida, sino más bien a aspectos técnicos. Así, se nos hace muy difícil la transmisión de criterios y valores éticos, pues nuestra sociedad está por un lado fragmentada en ámbitos separados: trabajo, escuela, familia, diversión y medios de comunicación…. Que presentan sistemas de valores muy diferentes y además vivimos en una ambigüedad entre discursos y prácticas.
La comunidad también es un medio de educación. La participación de los niños en casi todas las actividades comunitarias y conversaciones de adultos (aunque sin palabra ni participación obligada ni completa) hace que los pequeños se familiaricen con los modos y significados de la vida en común. Enseguida van teniendo responsabilidades que les permiten ir experimentando esos aprendizajes.
Puedo decir que yo con mi formación de tantos años me he sentido entre ellos y ellas con las capacidades de una niña de siete u ocho años.
Su educación, como el resto de aspectos de la vida no es parcial, como simple instrucción de conocimientos fuera de lo cotidiano. Es más sabiduría que instrucción, pues junto a prácticas y técnicas, aprenden también a respetar, a asumir trabajos y compromisos, a estar en comunión con lo trascendente, asumir y ejercer la autoridad, a diferenciar entre lo que daña y lo que favorece.

El problema de la educación, creo yo, nace para ellos al ponerse en contacto con la cultura del pueblo que viene de fuera. Cuando el modo de vida no-indígena interacciona con ellos y ellas. Ahí empiezan a faltarles herramientas educativas para afrontar el choque cultural que supone: de las propuestas del comercio, del gobierno, de organizaciones o religiones…
Es como si chocaran dos cosmovisiones de mundo, pero la que no es suya tuviese muchos medios (escuelas, libros, TV, apoyos de dinero, máquinas, palabras y discursos) y más prepotencia y la propia se dejara barrer ésta más fuerte. Hay que añadir a eso la carga de inferioridad que lleva el pueblo indígena desde siglos frente a la sociedad moderna, y que en las zonas por donde caminé se agravaba al haber estado el pueblo en sistema de fincas con patrón hace muy pocas décadas.
La fuerza de permanencia de estas comunidades está en su unidad interna y es precisamente el modelo social que viene de fuera contra lo que atenta. De fuera siempre viene la división, el partidismo y el individualismo.
La escuela oficial que se implanta en casi todas las comunidades como adelanto y mejora para la vida indígena, no es más que una injerencia en su cultura y un adoctrinamiento para que salgan de ella y se introduzcan en la lógica “desarrollada”. Muchos jóvenes se dejan seducir por ese intento y salen de sus comunidades con intereses lejos de los que les proporciona la comunidad. Muchos emigran o van a estudiar fuera y no regresan, o cuando lo hacen ya no desean vivir como antes.
El contacto con la cultura urbana despierta y crea necesidades que no existían en la comunidad y va cambiando el sentido de las cosas.
Por eso, se ve esencial que puedan acceder a herramientas educativas, además de las tradicionales, que les ayuden a comprender ese proceso de desapropiación en que se ven metidos. Es necesario un análisis crítico y una comprensión del mundo externo que se construye a su alrededor y cada vez más cerca. Para que así puedan ser conscientes y tener palabra ante esa realidad, no sólo adaptación. La toma de conciencia es necesaria para que puedan enfocar su futuro e intervenir en él, construir su historia, con sus propias decisiones. Por grande que sea la fuerza condicionante externa podemos reconocerla y posicionarnos, sin que nos arrastre sin más.
Ayudar en esa toma de conciencia es potenciar su ser y dar fuerza a su libertad

A su lado, desde el proyecto educativo de la Misión de Guadalupe, compartiendo ese tipo de educación concientizadora, he descubierto que nuestros estudios, del tipo que sean, no son una forma de progreso personal para mejorar el estatus, sino que es una responsabilidad de servicio dentro de la comunidad. La comunidad hace siempre un esfuerzo grande para permitir que algunos o algunas se capaciten en una especialidad (por ejemplo en Unimón…) Es ella y la familia la que hacen la apuesta de mejora para todos y luego la persona debe responder comunicando lo aprendido en beneficio de la comunidad.


No se trata de la A
ni de la Z,
sino de saber quienes somos,
de reconocer nuestra Madre,
de que puedan vivir nuestros pichitos
en su raíz,
con dignidad.
No se trata de leyes o teorías
sino de aprender a cuidarnos,
De conocer el respeto
de saber cómo puede crecer
la vida limpia:
Hoy mañana y siempre

7- RESISTENCIA

Con ellos, contemplando y admirando su vida, conversando cara a cara, compartiendo la mesa, he empezado a comprender lo que es la verdadera resistencia: una cultura, forma de ser, que se hace lucha ante los envites de otro sistema que tiende a suprimirla. Ellos sobreviven a su manera y permiten que los demás lo hagan, se mantienen en su trabajo de la tierra con su propia organización, más allá del sistema dominante.

Ya ahora, con la intervención del gobierno y la mayor cercanía de los pueblos y ciudades, la introducción de partidos políticos y organizaciones, la televisión en las casas, es realmente difícil no ser engullidos por las formas contrarias a la comunidad.
Pero es fantástico ver, como todavía, han trabajado la tierra con respeto, con sus manos sin apenas mecanización, con propiedades comunitarias, con decisiones asamblearias,…
¡Se han situado al margen de ese progreso depredador de Occidente! Saben vivir en paz con lo suyo sin pensar en expansiones (excepto las que se hacen en tierra por crecimiento de la población) Gran principio para la paz.
Han conservado sus propios valores y visiones sin caer en materialismos ni relativismos, con fuertes lazos comunitarios.
Y también han sabido mantener su sistema de sustento fuera de la lógica mercantilista. Producen lo que necesitan para su alimento y vida sencilla, sin dependencias extremas del dinero (aunque lo manejan) Las cosas básicas las producen de forma sencilla y se encarga la familia o la comunidad no la encargan a expertos o especialistas.

Mirando todo ello desde mi forma de vida me parece admirable ¿Quién de nosotros podría subsistir de forma tan autónoma? ¿de forma tan poco consumista de recursos? ¿sin necesitar de muchos que nos hagan tareas específicas de construcción, educación, cuidados, etc.?
¡Son una gran alternativa cuando pensamos en este otro mundo posible que soñamos! Más bien, ellos y ellas son otro mundo posible.

Son maestros para nosotros, pues nos abren el corazón a formas para intentar caminos diferentes al que marca el sistema actual occidental y nos abren los ojos a los engaños del mismo y a los propios engaños.
Ellas y ellos, gentes indígenas, nos animan a soñar... En nuestras sociedades hartas de palabras y promesas, escépticas ante cualquier ideal, irónicas ante cualquier intento de vida noble, el soñar se hace imposible. Nuestro Occidente es experto en abortar sueños (ya ni los dejan gestarse). Sólo nos dejan “fantasear virtualmente” en esferas que estén bien separadas de la realidad.
El pueblo tojol’ab’al, como muchos indígenas, nos enseñan a soñar desde lo real y con sentido común (en el estricto sentido del término) y saben fortalecer nuestros sueños con su experiencia de vida sabia.

Así que vuelvo, de unos pueblos donde las gentes sueñan todavía, cargado mi corazón de sueños para nuestro viejo y agotado mundo desarrollado.