DESANDAR EL CAMINO: Tareas teológicas y misión cristiana.

Hemos hecho un largo recorrido intentando buscar pistas que nos expliquen la ceguera actual del cristianismo a la cuestión ecológica y también ver que retos nos plantea la crisis del sistema de vida occidental, que está destruyendo el planeta.


1.- NUESTRA CEGUERA

Nuestra propuesta inicial era ver la cultura como “lugar” desde el que nos relacionamos con todo, también la que nos da referentes para vernos y para tener una identidad concreta. La cultura judía, cuna del cristianismo, tenía su manera de relacionarse con la tierra. La tierra que representaba par ellos y ellas regalo de Dios, la comunidad y la posibilidad de vida en abundancia según la Ley de Dios.

Aunque vimos que el Antiguo Testamento mantiene una gran distancia entre Dios y lo creado, y entienden al ser humano superior al resto de la creación, podemos decir que viven en una sociedad rural que mantiene su cercanía con lo natural y desarrolla una cultura tradicional donde el nivel de explotación de su medio ambiente es pequeño, con uso de tecnologías sencillas y comercios regionales, con lo que el impacto de sus actividades en él no causaba desequilibrios que la misma naturaleza no pudiese asimilar. Un panorama bien diferente al del mundo actual…… tiempo lineal
Eso justifica, a nuestro entender, que en la Buena Noticia de Jesús de Nazaret, no se explicite el trato que el ser humano debe dar a lo natural. Jesús pone su interés en construir un mundo sin dominados ni dominadores, un mundo fraterno. Y, en su tiempo, él tiene gestos y da una palabra fuerte para devolver la dignidad a los que la cultura, y por tanto la religión, judía despreciaba, las víctimas de ese sistema. Como intentamos explicar en páginas anteriores, su mensaje propone al ser humano las actitudes y formas de relación que permitan esa existencia pacífica y equilibrada en la tierra: ultimidad, no codicia, cooperación, amor, pobreza voluntaria, pequeñez….

Partimos, además, suponiendo que no existe un cristianismo no inculturado. La Buena Noticia de Jesucristo, como mensaje revelado liberador universal, siempre es recibida por hombres y mujeres que viven desde una cultura concreta y, de esa cultura, la Buena Noticia se va cargando de elementos culturales propios y va arrastrando efectos de su propia historia.
Después de la muerte de Jesús, la Buena Noticia se acabó inculturando en el mundo grecorromana, que daría lugar después a la cultura europea, más tarde llamada Occidental. Esta cultura, como tierra para la semilla, dio el resultado de una expresión de cristianismo, que en aquel entonces se entendió como única y verdadera. Durante siglos los valores culturales fueron domesticando y modelando los propiamente evangélicos, aislando algunos y llegando a olvidarlos.

En ese camino, como hemos explicado en los capítulos anteriores, hubo una separación progresiva de la cultura y así, de las gentes, de la tierra.

La tierra pasa a ser posesión particular que da poder y crea dependencia de unos hacia otros. Además frente a la ciudad se considera la vida campesina como atrasada, cerca de lo salvaje. La cultura que nació unida al trabajo de la tierra (agricultura), pasó a vincularse con la urbe.
Con la llegada de la modernidad racional y la secularización, la Iglesia deja de tener el dominio de las creencias sociales. Las certezas colectivas, míticas, pasan a conceptos laicos: libertad, igualdad, democracia, progreso… Son esas “verdades” que fueron determinando los comportamientos sociales, todas ellas, como quisimos explicar anteriormente desvinculan al ser humano con lo natural y hacen de la naturaleza objeto de dominio y explotación desmedida. Se entendió que la mejora de la vida humana suponía un desarrollo creciente de los bienes y servicios. Además se supuso que ese desarrollo estaba como inscrito en los genes del género humano, era lo que “naturalmente” correspondía a los estadios de civilización avanzados. Así como es natural que del huevo salga la oruga y de ella la mariposa, de las sociedades tradicionales debía suceder las sociedades modernas, ricas en tecnología y abundantes en producción y consumo.

Los cristianos inmersos en la evolución cultural que se iba produciendo y con una Iglesia institucional que se interesó más en mantener sus dogmas y su poder que en ser fiel a la Buena Noticia, no fueron críticos ni supieron cuestionar esas creencias que se fueron formando. La vida cristiana durante mucho tiempo pasó a ser un esfuerzo moral de “santidad” individual, lejos de cualquier misión social. Así que a nivel social los cristianos, en general, fueron buenos creyentes de las “verdades laicas” de Occidente. La “nueva religión” que apartó del pedestal a la cristiandad, fue aceptada en masa por los bautizados y la institución eclesiástica se conformó con el pequeño dominio de la moral personal.

Desde la antigüedad y durante siglos, Dios estuvo en el centro de lo social (aunque cabe señalar que no era el Dios de Jesús de Nazaret). Ese Dios mantenía al ser humano vinculado en ciertas formas a lo natural. Luego, la modernidad vino a poner en el centro al ser humano (aunque cabe decir que fue más bien al hombre, pues la mujer quedó fuera). Así perdió toda raíz que lo vinculaba a la naturaleza. Por último, la postmodernidad ha puesto en el centro el crecimiento económico, y así, al capital y al mercado, con lo que no sólo vivimos desvinculados con la naturaleza, sino que la estamos agotando, como una plaga en un cultivo.
La naturaleza quedó, en Occidente, recluida en jardines, exposiciones, zoológicos, documentales, estudios,… bien lejos de nuestro tacto, no sea que nos ensuciemos, y lejos de lo cotidiano, no sea que nos distraiga de nuestro carrera de producción y consumo. ¿Cuándo nuestros pies dejaron tener contacto con la tierra? ¿Cuánto dejamos de agacharnos hacia ella y escucharla? ¿Desde cuando no experimentamos el milagro de la siembra, de la germinación, de la maduración?

Y lo realmente preocupante es que esta cultura europea cristiana, ya desde siglos, ha intentado imponerse a las demás como la única verdaderamente “civilizada y humana”, como la salvadora de la humanidad y la que la conducirá a su destino último.
En los días que corren, podemos decir que ese mito ya se empieza a poner en cuestión la multitud de víctimas que va creando: muchos pueblos sometidos y en miseria, muchos ciudadanos tirados en las calles de las grandes ciudades y, lo que más importa en nuestro estudio, una naturaleza maltratada y sobreexplotada, al punto de estar en juego su supervivencia futura.


2.- LAS LUCES DE LOS OTROS

Desde nuestra opinión, han sido dos los despertadores de ese sueño de “vida desarrollada” en que se encontraba Occidente. El primero la crisis ecológica que pone límites a ese modo de vida basado en la producción y consumo infinito. El segundo el descubrimiento del valor de otras culturas, pueblos indígenas, que han sido resistencia verdadera a ese modelo. El primero de estos despertadores nos deja unas tareas irrenunciables para la vida y el segundo nos marca caminos para intentar llevar estas tareas a cabo.
Si logramos distanciarnos tantito del pensamiento único occidental, podemos ver como la Buena Noticia de Jesús toma fuerza y se potencia en otras propuestas culturales.
El cristianismo, su expresión de vida, sus símbolos, su anuncio, se va desarrollando con la historia. La Buena Noticia, aunque totalmente revelada, debe ir creciendo y explicitándose con los signos de los tiempos. Su misión es cuestionar la cultura en la que se vive, para ir transformando lo que en ella es contrario a la vida fraterna. La Buena Noticia siempre nos empujará a un cierto “éxodo”- ruptura cuando nuestra cultura impida la vida, sea opresora. Es lo que vivieron en sus respectivas épocas Francisco de Asís o Gandhi.

Eso es lo que hemos descubierto al acercarnos a la cultura tojol’ab’al. El introducirnos en otra cosmovisión, supone renunciar a los propios conocimientos y desaprender rutinas, para entrar en otra visión del mundo. Se hace humildemente y mirando todo lo que nos parece sorprendentemente diferente. Así podemos llegar a relativizar nuestra cultura primaria, que pierde su valor absoluto y universal. Tiembla el suelo sobre el que existimos y nos transformamos.
El cristianismo de los hermanos y hermanas tojo’ab’ales no posee esa “ceguera ecológica” tan escandaloso en el viejo cristianismo occidental.

Conviviendo con los hermanos y hermanas tojol’ab’ales una comprende lo irracional de nuestros supuestos culturales basados en una explotación de la tierra con miras a producir cosas totalmente innecesarias a costa de robar o matar a otros… Lo absurdo de identificar el desarrollo con la extensión planetaria del mercado y el crecimiento económico. La locura de vivir afinados en ciudades, trabajando en fábricas u oficinas, dependiendo en todo de las migajas que podamos encontrar en la competencia con los semejantes. Lo erróneo de dimitir de nuestras responsabilidades de la educación de nuestros hijos e hijas y ponerlas en manos de instituciones y medios de comunicación de masas. Lo inhumano de deshacerse de los cuidados de los mayores y de los más desfavorecidos, apelando a responsabilidades del Estado…
Al lado de ellos y ellas, se descubre que la raíz de muchos de nuestros males es que nos desligamos de la tierra, Nuestra Madre. Vivimos como hijos mal criados que altivos, utilizan a su madre, hasta sacarle toda la sangre, para tener nuestros caprichos.
La vida cerca de la naturaleza da una espiritualidad basada en el respeto, la cooperación y la convivencia, muy acorde con el evangelio.

En nuestro Occidente enfermo de ambición, también han nacido otras propuestas culturales, ante el maltrato de lo natural y la búsqueda de una vida equilibrada. Una de ellas es la Permacultura. La Permacultura es un intento, nacido en Occidente, de poner otros presupuestos culturales que corrijan los excesos de la actual forma de vida en los países industrializados. Su propuesta nace de la observación de culturas milenarias tradicionales que lograron perdurar en el tiempo en armonía con su medio, subsistiendo sin dañarlo ni agotarlo. De ese análisis comparativo se desprenden tres irrenunciables para cualquier grupo humano que pretenda vivir equilibradamente: uno el cuidado de la tierra, otro el cuidado de la gente y por último la distribución equitativa de bienes y la no acumulación. Esta nueva visión parte de unos presupuestos, en el que el primero es que el ser humano es parte de la Naturaleza. Ella es un todo en el que vivimos. El ser humano está sometido a las leyes de la Naturaleza como las demás criaturas. Consideran que la crisis ambiental es real y de efectos incalculable y que se proponen un retorno a la vida en la naturaleza con un estilo mucho menos consumista que el occidental.


3.- ¿QUÉ TAREAS TEOLÓGICAS NOS QUEDAN ANTE ESTE PAISAJE?

Nos atrevamos a indicar algunas:

1.- Abandonar la teología como puro estudio academicista, herencia de la escolástica que nos ancló en la historia, herencia también de la racionalidad que distorsionó la mirada occidental. ¡No importan tanto los conceptos, sino las relaciones y los afectos que nos habitan! Aprendamos a mirar a Dios desde el corazón. Dar razones de la fe, no quiere decir hacer discursos a la altura de la ciencia occidental. Sino tener sabiduría para saber donde se encuentra la vida y donde la muerte. Como dicen los mayas “aprender de los que saben mirar el cielo y la tierra”. No se trata de encerrar a Dios en definiciones sino, más bien el contrario encontrar maneras de que Dios se libere con nuestra palabra y lo dejemos actuar.
Quizás la teología debería distanciarse un poco de las categorías filosóficas o eclesiásticas puramente occidentales y acercarnos a las de otras culturas. Dialogar con “otras teologías”.

2.- Impulsar y reflexionar a cerca de quienes son las víctimas del modelo de vida Occidental, en especial, las grandes víctimas olvidadas en muchas teologías: la tierra, el agua, los cerros y las selvas, las otras especies vivas. Y como muy bien ha señalado la Teología de la liberación, “la liberación proviene de las víctimas del imperio (…) el puro poder nunca ofrece liberación digna de seres humanos. La tradición bíblico-cristiana, experta en el tema de la liberación y en qué dinamismos la generan, no comienza con el poder. Salvación y liberación provienen de lo débil y pequeño (…). Lo débil y pequeño es lo que está en el centro del dinamismo de la liberación. Ellos son sus portadores, no sólo sus beneficiarios. La utopía responde a su esperanza, no a la de los poderosos”.
La teología debería reconocer y profundizar en la dignidad y valor sagrado, de la vida que se encierra en todo lo natural, hasta en una piedra. Se hace evidente en nuestros tiempos, que toda esas vidas están amenazadas de muerte siendo inocentes. ¿Cómo mantenerse indiferentes a tanta muerte si nuestro horizonte es una Buena Noticia para los que sufren, los explotados, los considerados despreciables? ¿no es la creación la sometida, explotada y víctima de nuestro sistema?


3.- Ahondar en la crítica de la cultura imperante. Un sistema social encarna unas actitudes vitales y este nuestro Occidental, que pretende llegar a los confines del mundo, está basado en el lucro y la ambición. Ya no puede mantener la teología una identificación entre Buena Noticia y la expresión, tan raquítica, que se da en el cristianismo occidental.
La teología debería dar luz y desenmascarar las mentiras que propone el sistema de lo que es desarrollo, crecimiento, civilización, paz,… Todos esos valores son justificación de su modo de actuar, cuando su fin es otro bien distinto. Se trata de hacer ver como esas “creencias” del sistema de vida Occidental, se idolatran y llevan a un modo de vida inhumano. Volver a poner en el centro de la fe al Dios verdadero, de todas las religiones tradicionales, que busca la vida en plenitud de todo lo creado y mostrar su diferencia con esos otros “diosecillos”.

4.- Aprender humildemente de las espiritualidades ancestrales de los pueblos indígenas, también de las espiritualidades nacientes en los movimientos de Permacultura, para descubrir cual es la posición del ser humano respecto a lo natural y cómo debe ser su relación con ella. Volver con esa mirada después al Evangelio y ver que palabra nos da, que nuevos aspectos descubrimos, que adquiere nueva fuerza o sentido.



4.- ¿QUÉ MISIÓN COMO CRISTIANOS NOS TRAEN ESTOS NUEVOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS?


Si tomamos en serio los signos que nos da nuestro tiempo y siguiendo todo lo expuesto, desde luego queda por delante una amplia misión para los cristianos.
Se trata de poner ir poniendo poco a poco, en el centro LA VIDA, pero no la vida de unos pocos, ni siquiera la vida de toda la humanidad, sino la Vida de todos, de todo. Eso implica desplazar al “crecimiento económico-desarrollo” que ahora se sitúa en ese lugar y crear otro paradigma que nos sitúe adecuadamente en el ciclo de la vida. ¡Desde luego eso es Buena Noticia! Que se alegren los cerros con todos sus árboles y plantas, las aguas con todos sus habitantes, el aire con todo lo que contiene, todas las criaturas… que tendrán la posibilidad de tener lugar en este mundo. Que se alegren el sol la luna y todos los astros al ver resplandecer la Tierra.
Eso nos pide a los cristianos y a las cristianas una gran dosis de atrevimiento y de creatividad.


1.-En primer lugar las comunidades cristianas podrían empezar a volver a arraigarse en un territorio, a establecer lazos de pertenencia con él, a aprender de él, escuchar a todo lo natural,… Paseos, meditación, retiros a solas en la naturaleza… Ir entendiendo que el uso de la tierra no es una cuestión técnica sino más bien una cuestión que toca lo trascendente. Empezar a experimentar una relación con lo natural sin agresión, sino de convivencia y de colaboración: cultivar, plantar, cuidar…
Desde nuestro análisis el meollo del problema ecológico está en que el ser humano dejo su modo de vida directamente en relación cotidiana y cercana con la tierra. Recuperar eso, sería recuperar toda una espiritualidad que nace de ahí (como vimos en los pueblos indígenas) y dar oportunidad de que la Buena Noticia brote en todo lo que respecta a la relación con la Naturaleza…. (eso por muy buenas intenciones que se tengan, no puede hacerse desde un apartamento o despacho de una ciudad)

2.- Romper con la creencia de que un crecimiento ilimitado de riqueza es la solución a cualquier problema. Retomar toda la sabiduría que nos trae el mensaje de Jesús a cerca de la pequeñez. Desechar ese tipo de desarrollo basado únicamente en la liberalización del mercado y la producción. No basta como acción verdaderamente alternativa únicamente reciclar materiales o reutilizar… pues son sólo medidas paliativas. Hay que anunciar que lo que muchos llaman “desarrollo sostenible”, no es una búsqueda de alternativas a la crisis ecológica, sino una manera de buscar que el mito no acabe, que dure siempre. Es decir se desea producir más, contaminando menos.
De esta forma se crean desigualdades de nuevo en base a la ecología, pues partes del planeta se convierten en basureros y otras son reservas naturales, las grandes empresas pueden contaminar porque pagan su multa y las pequeñas no pueden hacerlo.
3.- Desarrollar una espiritualidad en íntimo contacto con la vida. Dios se manifiesta en el crecimiento de la vida, en todos sus aspectos, nuestra tarea es sintonizar, estar en comunión con esa vida. En ese sentido es vital la actitud de respeto. También el sentido del tiempo. En nuestra cultura el tiempo decimos que es “oro”. Es el mito de la efectividad y de la rapidez. El tiempo natural es otro. Es el del crecimiento de un árbol, por ejemplo, no el de fabricación de un tornillo. La espiritualidad de la vida supone armonizar nuestros ritmos y tiempos a lo biológico.

4.-Empezar experiencias de autolimitación del consumo, de revisión de sus necesidades e intentar una vida más simplificada, con menores costes ecológicos (en eso pueden ayudar muchas guías que ya existen). Caminar buscando una cultura de la pobreza, frente a la que hemos vivido de la cultura de riqueza. Busquemos una manera de vivir que deje espacio y recursos para la vida de todos los hombres y mujeres, de las demás especies naturales también.
Se trata de reconocer de que, todo lo que disfrutamos en nuestro mundo altamente industrializado y tecnificado, no nos pertenece del todo, pues nos llega gracias a la explotación de muchos seres vivos humanos y no humanos. En justicia no es nuestro, aunque lo ganemos como pago a nuestro trabajo. Empezar a crear eso que ya muchos llaman “civilización de la pobreza” y que es la esencia de la Buena Noticia de Jesús.
Ojalá algún día se empiece a pensar en un “máximo de necesidades” penalizable ecológicamente.
En este mismo sentido, sería bueno que las parejas cristianas tomaran conciencia de que la sobrepoblación humana del planeta es un grave problema, pues el crecimiento demográfico supera la capacidad de reproducción de los recursos naturales (recordemos la ecuación sobre el impacto humano que vimos en “los nuevos signos en el camino nº11) aparta. Se dibuja entonces como una opción cristiana la de familias con pocos hijos (los expertos recomiendan uno como máximo) y sería una alternativa para los que desean familias numerosas la adopción.


5.- Ante la resolución de sus necesidades deberían emprender caminos de autogestión para algunas de ellas. La alimentación, la vivienda y la educación serían de las más importantes. Se trata de dejar la esclavitud de depender del consumo en todo. Podemos hacer nosotros las cosas o pagar a alguien por hacerlo. Se trata de sistemas de abastecimiento diferentes. Nuestro mundo moderno ha destruido totalmente la autarquía. Tenemos mucha educación pero no podemos hacer casi nada por nosotros mismos. Hemos de animarnos a producir, y dejar de depender de la inmensidad de grandes organizaciones o máquinas fabulosas. Despertemos procesos creativos y sentiremos un esfuerzo con sentido.
Existen propuestas y recomendaciones de hace bastantes años como las que da el informe “¿Qué hacer? (Fundación Hammarskjöld) de 1975, que pide reducir el consumo de petróleo y carne, rentabilizar al máxio las edificaciones y alargar la vida media de los bienes de consumo.
También aquí cabe añadir que los cristianos deberían buscar una economía basada en los recursos locales, porque eso hace que seamos más sensibles a su deterioro y podamos responsabilizarnos de su cuidado más fácilmente. L disociación que hace el sistema de mercado de que en lugar se extraen los recursos, en otro alejado se produce, en otro se consume y en otro se almacenan los desechos, diluye las responsabilidad que tenemos cada quien en nuestro uso de recursos.

6.- Volver a afrontar la vida y la resolución de necesidades de forma comunitaria. Muchas de nuestras cosas pueden ser compartidas o de uso colectivo. La vida cerca de lo natural, la pertenencia a un territorio y el intento de autogestión nos llevan, sin querer, a buscar la cooperación, para muchas cosas que es imposible atender o hacer individualmente. En este punto es importante romper con la ritualización de la propiedad privada y de ese concepto de libertad occidental que nos hace entender lo comunitario como límite de las aspiraciones de lo personal. Ensayar la solidaridad compartida.
Así se podría tener compartidos bienes que son de mucha carga ecológica como automóviles, neveras, teléfonos, computadoras… Todos estos aparatos, que son exclusivos muchos de un mínimo de población rica, podrían ser de uso comentario.
También supone entender que hay unos bienes comunes a todas las especies vivas el aire, el agua, las reservas naturales… que jamás pueden ser patrimonio de nadie en concreto. Pertenecen a Dios como dicen todos los antiguos textos sagrados. En este sentido de nuevo el mercado pone muchas trabas, pues pone a las naciones en una situación de competencia que incapacita para lograr soluciones consensuadas… No permite el interés colectivo ni a nivel nacional ni a nivel individual.